martes, 23 de febrero de 2010

El chico sin origen

Se le conoció como "el muchacho venido de ninguna parte", y unos cuantos años antes de su enigmática muerte en 1833, su extraordinaria historia fue comentario obligado en toda Europa.
Un muchacho de unos 16 ó 17 años, abandonado, llegó a la ciudad de Nüremberg, Alemania, el 26 de mayo de 1828 (un lunes de pentecostés). Tenía los pies ensangrentados y aseguraba que estuvo encerrado en una pequeña celda oscura la mayor parte de su vida. Su ropa con restos de seda, que había sido buena el alguna ocasión, se encontraba ahora tan andrajosa como la de un espantapájaros. Sus piernas estaban casi paralizadas por unas botas mucho más pequeñas que las de su tamaño, reforzadas con herraduras y clavos. De ellas asomaban unos dedos ensangrentados.
Entregó al primer transeúnte que lo vio unas cartas dirigidas "al capitán del 4º escuadrón, regimiento 6º de caballería", Friedrich von Wessenig. Allí fue llevado.

Mientras esperaba la llegada del capitán, exhibió la primera de las extrañas reacciones que habrían de convencer a muchísimas personas de que el forastero había permanecido la mayor parte de su vida aislado del mundo: interesado en la llama de una vela, trató de agarrarla, profiriendo un agudo grito al quemarse. El olor de lo que se cocinaba le causó náuseas, y casi se desmaya frente al jamón y la cerveza que le ofrecieron. Era capaz de pasar horas sentado e inmóvil y prefería la oscuridad. Le gustaba jugar con un caballo de cartón (llamaba "caballo" a todos los animales, así como "chico" a todas las personas). Comió vorazmente pan y agua, y experimentó terror frente a un reloj de péndulo, quizá considerándolo un ser vivo.
Frente al capitán balbuceó: "quiero ser soldado como mi padre...". En las cartas se repetía casi como una súplica la necesidad de transformar a su portador en un soldado de caballería. Y ambas concluían con el siguiente texto: "si no quiere conservarlo, debe matarlo con la espada o colgarlo". El capitán se desentendió del asunto y entregó al muchacho a la policía local.
Al proporcionarle un lápiz y pedirle que escribiera su nombre, puso decididamente "KASPAR HAUSER". Fuera de eso replicó "no sé" a todas las preguntas que se le formularon.
Dos días después del interrogatorio, el médico oficial del Tribunal civil de Nüremberg, el doctor Preu, hizo un examen exhaustivo al niño y presentó un informe del que se pueden extraer los siguientes fragmentos: "Este joven no es ni un loco ni un imbécil, pero es manifiesto que se le ha separado por la fuerza y con mayor crueldad de todo contacto con los hombres. Desde su más tierna infancia permaneció alejado de la sociedad y educado a escondidas de los demás, en un lugar en el que no podía penetrar la luz del día. Y así permaneció hasta el momento en que, de repente, apareció entre nosotros". Esto fue avalado por los resultados de su autopsia: lesiones en el cerebro y el hígado atribuibles a una mala alimentación, largo cautiverio y falta de movilidad.
El enigma de Kaspar Hauser atrae aún en nuestros días.
Después de un tiempo, el muchacho se transformó en una atracción pública y la gente concurría a verlo comer pan en la celda. Más tarde sobrevino un aprendizaje sorprendentemente rápido. A las seis semanas hablaba con fluidez y podía leer y escribir, y al cabo de un tiempo pudo realizar una completa declaración acerca de sus primeros años de vida. Según su relato, siempre estuvo prisionero en un calabozo, durmiendo sobre un colchón de paja, sin sonidos y con alimento que alguien le llevaba mientras dormía. De vez en cuando su agua tenía un gusto amargo. Esto lo hacía dormirse, y cuando despertaba, se encontraba aseado y cambiado. Tiempo antes de su partida, un hombre se introducía en la celda y le enseñaba a escribir su nombre y las frases que diría al capitán.
En suma, fue encerrado en una mazmorra cuando tenía tres años. Una mazmorra oscura en la que no podía ponerse de pie. Por todo alimento recibía pan negro y agua. Y así permaneció entre 12 y 13 años, hasta que lo soltaron, no sin antes enseñarle a escribir su nombre. ¿Por qué?
Luego de este relato, Kaspar Hauser se trasformó en una celebridad. Las dudas sobre su origen apuntaban a la nobleza que, por algún motivo, quiso mantenerlo oculto durante todo ese tiempo. Hauser siguió educándose y adquirió conocimientos de filosofía, latín y ciencias.
La creencia popular sostenía que Kaspar era hijo ilegítimo de la casa real de Baden, apartado y mantenido encerrado a favor de otro heredero. Un famoso abogado, Anselm von Feuerbach, estudió su caso y defendió la teoría del heredero suplantado. Pero Feuerbach murió en 1833, y poco después Kaspar apareció en casa de su maestro sangrando por múltiples heridas de arma blanca, en los pulmones y el hígado, y afirmando que un extraño lo había atacado en el parque, el que antes de herirlo, le había entregado una nota en la que escribió: "soy de la orilla del río... mi nombre es MLO". Para aumentar el misterio, la frase estaba escrita de manera especular, es decir, sólo podía ser leída con ayuda de un espejo. Los escépticos pretendieron hacerle admitir que se había apuñalado a sí mismo para reavivar el interés del público por su caso, pero tres días más tarde Kaspar moría, no sin antes decir: "No lo hice yo".
Ésa no fue la primera vez que atentaban contra su vida: cuatro años antes ya había sucedido algo similar: en octubre de 1929 lo encontraron inconsciente con una herida en la frente. Cuando recobró el habla contó algo sobre un atacante enmascarado.
¿De dónde salió Kaspar Hauser?, ¿quién o quiénes se tomaron el trabajo de mantenerlo oculto tantos años, para luego liberarlo son ningún motivo aparente? ¿ Por qué murió? ... Todas estas interrogantes forman parte de uno de los grandes misterios de la historia.

2 comentarios:

Van Harley dijo...

wooow pero ke historia! ya me kede pensando...

muy interesante, me gustan mucho los articulos ke publicas siempre son buenisimos...







puaj verdad ke si?? los payasos son horrendos ke se mueran todos jajaj

Alan Plateado dijo...

que locura!
no me imagino lo que pasaría si me encerraran a mi todo ese tiempo